Treinta días en el Campo Charro dan para mucho. He vivido el cambio de estación y Eros es más feliz que antes. La naturaleza sienta muy bien.
Todos los días nos encontramos con vacas avileñas. Son negras azabache y tienen cuernos grandes y afilados. Al principio parecen toros, días atrás, nos persiguió uno, y por eso miro si tienen ubres o testículos. Entre encinas, mientras estos elegantes rumiantes pastaban sin cesar, con Eros hacíamos 12 km por día.
Una de las rutas que más me gustaba hacer es el nuevo ‘Camino Natural Vía Verde de la Plata’, inaugurado este año. Transcurre a través de 21 km, por donde antes circulaba la antigua línea de ferrocarril entre Plasencia y Astorga. Iniciábamos la ruta en el pueblo de Terradillos o en la urbanización de El Encinar. Solíamos salir cuando el sol estaba bajo.
El paso entre espigas (muy peligrosas para los perros), las altas paredes de pizarra o de tierra, las vistas del río y de la ciudad de Alba de Tormes invitan al deporte y a la meditación diaria. Un día, mi padre se animó. Nos encontramos con una culebra. Detecté olor a zorra, es algo parecido al del amoníaco. Se hizo de noche. Calculé mal el tiempo, el sol no nos esperó. No se ve nada. Encendí la linterna. Pensé que nos íbamos a encontrar con un lobo, aunque dicen que por aquí ya no hay.
En otras ocasiones, después de pasar el día en la piscina, solía practicar yoga con Liz, una nueva amiga de Los Ángeles. El sol aún nos da margen para pasear. Descubrimos Terradillos, un pueblo desconocido pero al que hay que saber buscarle el encanto. Muros de piedra, casas abandonadas, un gato curioso, ancianos sentados y mujeres regando. Al atardecer, el campo de trigo se volvió dorado.
Otro día fuimos a Peñaranda de Bracamonte, la localidad forma parte de la Ruta de los Conjuntos Históricos de Salamanca, para tomar unos pinchos no está mal. Después tampoco faltaron los buenos vinos, el que más me gustó es el ecológico de bodegas Zorita. Entre amigos, solíamos acompañarlo de quesos de la región y buenos panes de levadura madre. Catamos vinos en Hacienda Zorita, el mejor hotel a las afueras de Salamanca. Como no está a la vanguardia en la hostelería de lujo, no es un establecimiento dog friendly. Nos sentamos junto al río y al lado de un álamo, el más inmenso que he visto en mi vida.
También fuimos a Salamanca para ponerle a Eros la vacuna polivalente, investigué y, por recomendaciones de otros veterinarios, lo atendieron en Cevesa. Ya que estábamos en la ciudad, no faltaron los clásicos paseos por la calle Compañía, la Plaza Mayor, las catedrales y la rivera del río Tormes. Otra noche, salí a cenar con Ana, mi ex novia, periodista de El Periódico de Catalunya. Esa noche, bailamos hasta cerrar las discotecas: ¡qué bien lo pasamos!
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Como despedida, damos con mi padre nuestro último paseo por la dehesa. Se oyen los mugidos de las vacas. Eros tiene escondida una pelota que encontró, todos los días jugamos con ella. 1 km antes de llegar, él se emociona y acelera su paso. Sin correa, y para no perderlo de vista, le voy recordando que tenemos que ir juntos. En cuanto estamos a 100 m, le doy vía libre y sale despedido para coger su tesoro. Cada día la dejamos en un sitio diferente y él la encuentra de inmediato. Cuando la tiene en su boca, me mira. Lo felicito por el hallazgo. Da saltos de alegría y no deja de mover el rabo. Me hace muy feliz verlo disfrutar tanto. Llego hasta él y se la lanzo. Como un caballo minúsculo, corre, levanta polvo. Hasta que lo noto cansado no nos retiramos. Luego le pido que suelte la pelota y que la deje para seguir mañana. Y te puede parecer asombroso, él me entiende. Dejamos la pelota. Ha oscurecido, parece que empieza el baile de las encinas. Hasta pronto Salamanca.
En contacto con la naturaleza el espíritu es muy agradecido lo notamos desde el primer encuentro sin ningún tipo de aditamento.