Anoche dormí poco pero soñé mucho. Estoy en la cama con la aurora. Meditando, contemplo el astro. Doy gracias por estar en La Brizna. Me encanta su entorno rural, la comodidad y el entretenimiento que me ofrece: ¡es perfecta!
En la ducha, el aroma cítrico de mi gel, la espuma, el vapor, el suelo de pizarra mojado, el bambú y la piedra del baño, traídos de Bali, crean una atmósfera sugerente. Deseo que este momento no acabe nunca. Abro la ventana. El paisaje es bellísimo. Mirando a las montañas, me seco con las toallas naranjas, huelen a tintorería y me recuerdan a la firma Hermès. El naranja es mi color energético y el de la solidaridad, te recuerdo que la causa de este blog es “No Al Abandono”. Después de mis cremas, me rocío con Cèdrat de L´Occitane. Eros me espera en la puerta.
Salgo a correr con él. La perfumada brisa, así la describe la poetisa Carolina Coronado, me inyecta energía. Cómo me gusta la naturaleza. Al volver, el desayuno está en el porche de nuestra cabaña. En la cesta, hay paquetes con pan recién horneado, bizcochuelo casero, mermelada de naranjas, miel de Villuercas-Ibores D.O.P. y rosquillas. Estas últimas le encantaban a mi abuela. Me acompaña el canto de los rabilargos y los perros jugando. El sol va conquistando, con precisión y dulzura, el Geoparque Unesco Villuercas-Ibor-Jara potenciando lo que veo, huelo y como. Eros y su amigo As acaban de desayunar. Las mastines de La Brizna no quieren saber nada con ellos, más de una vez les han mostrado sus dientes. Verlos intentando acercarse a ellas, para olerlas, es muy cómico. En este entorno incomparable, leo “El Alma de los árboles” del extremeño Miguel Herrero Uceda hasta la hora del aperitivo. Tanta belleza me distrae. Unos rabilargos revolotean y cantan. Me gusta mucho este pájaro, sus alas y la larga cola es de tonos azules y la cabeza negra.
Nos vamos a Guadalupe, Patrimonio de la Humanidad. De camino, quise visitar el palacio de Mirabel. Aunque parezca mentira, no se puede llegar hasta él. Fue el lugar de retiro y descanso de los Reyes Católicos, después perteneció a una familia. Declarado como Monumento Histórico Artístico ahora está en manos de los bancos. En Guadalupe aparcamos en una plataforma, como visitantes, hacerlo en el centro está prohibido. Repican las campanas. Entre naranjos, flores y frutos del amor, y limoneros, esencia del recuerdo (de este modo los describe el escritor en el libro que estoy leyendo), Eros y As hacen sus necesidades. Apenas se ven habitantes. Soy consciente que viajo con dos perros y esta es una sociedad rural, donde los animales aún están a merced del hombre. Por lo que he podido ver, los perros viven como los demás animales. Como promotor del cambio, estoy seguro de que encontraré restaurantes y bares donde nos dejarán entrar a los dos.
De camino a uno de los santuarios más importantes del mundo, me tiento como Hansel y Gretel. Entro solo a Nuestra Señora de Guadalupe, una pequeña panadería. Me hice con los dulces tradicionales, que son: rosca de muérdago, almendrado, rosca de yema y perrunillas. Inocente como un niño, sin miedo a la caries y al cáncer, comiendo azúcar, nos perdemos por el casco antiguo. Una monja sale del Real Monasterio de Guadalupe. Un mendigo me pide ayuda, le brindo los dulces. Dejo a Eros en la puerta del claustro y al sol con nuestras nuevas amigas, Nieves, la propietaria de La Brizna, y Mariví, su mano derecha. Este patrimonio ahora está custodiado por los Franciscanos. El color terracota viste gran parte del Claustro Mudéjar. En el patio se alza el templete rodeado de un vergel. El suelo es de terracota y azulejos mudéjares. Arriba, el rosetón. Estamos solos. Una puerta de arco de herradura está iluminada con toda la potencia del sol a las 13:00. Me dejo querer por su calor. Me recreo en la historia que vieron estos mismos muros. Los colores, la brisa y el sol son los mismos. La visita guiada tiene una hora de duración. No quise conocer la talla de la Virgen de Guadalupe y sus demás tesoros por no hacer esperar a Eros y a mis amigas. Quizás lo haga en otra oportunidad.
Al salir, me encontré a Eros jugando con el perro de unos chicos que vienen de Badajoz. Bajando las escaleras, hacia la Puebla, está la fuente con pila bautismal donde fueron bautizados dos esclavos de Cristóbal Colón traídos del Nuevo Mundo. Enfrente de ella, en el muro del templo, hay una placa de bronce conmemorativa, donde veo un perro acompañando a uno de los señores de la corte. Atravesamos el Arco Sevilla, de estilo gótico mudéjar. Entramos a la antigua judería. Los balcones y volados hablan de préstamos, comercio y una orgullosa pillería. Durante la Semana Santa por aquí transitan los pasos. Ramilletes de orégano asoman de una caja de cartón en una tienda. Llegamos a la fuente de los Tres Chorros. En su plazuela, unos jóvenes juegan a la pelota. Estas callejuelas tienen mucho encanto. A la izquierda, cogimos por la calle de las Flores. Las hortensias aún no han florecido. Pasamos por la Iglesia de la Santísima Trinidad, está enfrente del Parador, que no es dog friendly.
Después de recorrer los barrios de abajo y de arriba, Nieves nos invita a tomar unos vinos en el bar del restaurante Guadalupe Jordá (+34 927 36 70 80), los perros son bienvenidos. Felicité al propietario, un señor jubilado. Me dicen que enfrente se encuentra la mejor morcilla casera de Guadalupe, no he venido a comer matanza. Una mesa en el restaurante del hotel rural Posada del Rincón es nuestra siguiente experiencia culinaria (+34 927 36 71 14). Aquí se hospedó Cristóbal Colón y es dog friendly. Todo estuvo riquísimo y la atención fue estupenda. La gloria culmina nuestra agradable comida. Gloria es un tradicional licor, un mosto con aguardiente elaborado de forma artesanal, este lo hizo un anciano de la ciudad.
Dejamos Guadalupe. Y emprendimos rumbo al pico más alto (1.603 m). La temperatura iba descendiendo vertiginosamente. En la cima, me quedo atónito ante este mar de montañas. Vigilo a Eros y controlo también el cielo, territorio del águila real y otras rapaces. Al regresar, una ladera de piedras (pedrera) y de árboles cubiertos de musgo me tientan. Aquí nace el río Almonte. Debajo de las piedras se oye correr el agua subterránea. Me parece un sitio perfecto para meditar. Me siento en una roca cubierta de musgo, más cómoda que cualquier cojín, cierro los ojos. Escucho el agua y respiro de forma consciente. Dejé de tener frío. Qué bien me siento aquí.
Ya en La Brizna, sale humo de nuestra cabaña, la chimenea está encendida. Han perfumado nuestro refugio con encina: ¡qué lujo! El próximo jueves os contaré cómo continúa la noche.
Texto: Christian Oliva-Vélez
Fotos: David Suárez
Una publicación muy buena. A tener en cuenta la mezcla de hospitalidad y calma.
Las fotografías son estupendas. Como siempre es fácil llevarse en la lectura de la publicación.
Enhorabuena.
¡Muchas gracias! Esas cabañas están en un escenario que hay que vivir aunque sea una vez en la vida. Cuando vayas con Felky me cuentas. Saludos!!
Ojalá eso sea muy pronto. Me encantaría y estoy segura de que le encantaría. Hace tiempo que me gustaría hacer una ruta por España, pero me gustaría ir con él en el momento que pueda volver a hacerlo.