En Innsbruck no faltan valientes, hombres de ayer y de hoy, y artículos que no son fáciles de encontrar en otros países.
8 a.m. Las montañas son azules. La mantequilla austriaca me hace gozar. Con el aire puro de los Alpes, empezamos un nuevo día en Austria. Por la calle, el olfato de Eros va en zigzag. Como le pasa a él, me divierte encontrar cosas diferentes y no las habituales. Busco disfrutar de Innsbruck con todos mis sentidos, localizo tiendas con productos únicos. Cuando era muy joven, parte del placer de viajar era comprar lo que no había en tú país de residencia. La globalización ha modificado la oferta.
En Zeitraum las gafas de firmas escandinavas son estupendas (Marktgraben, 1). Entré con Eros a Buchhandlung Haymon, la librería parece una localización de ‘Matrix’ (Sparkassenpl, 4). El librero me presenta a Joseph Roth (1894-1939), sus escritos periodísticos son una de las más destacadas aportaciones literarias sobre la primera mitad del siglo XX. Su obra más conocida es ‘La marcha Radetzky’, trata de la caída del poderoso Imperio austrohúngaro. No soy aficionado a la novela política y esta parece que es trágica.
Dejo a Roth para otro momento. Austria ahora no vive ningún declive. Según la OCDE, tiene buenas puntuaciones en niveles de empleo, calidad de los empleos y salud de la población. Cada día me gusta más. Miro a Eros, él me ofrece calidad de vida allí donde nos encontremos.
Viviendo de cerca la historia del Imperio
Un taxi nos lleva hasta la montaña de Bergisel. En su plaza se libró una de las batallas contra Napoleón. El entorno es muy bonito. Con la Innsbruck Card entro al Museo Tirol Panorama. Mi guía se queda fuera cuidando a Eros. Estoy frente a la pintura mural, mide 1.000 m2 y data del año 1896. En ella están representadas las batallas de los tiroleses, bajo el mando de Andreas Hofer, contra los ejércitos bávaros y franceses. Apreciando la escena, me siento un montañés. David, el fotógrafo, captura elementos tradicionales. Los conozco bien, mi madre los trajo a casa del viaje que hizo al Tirol cuando era niña. Regreso con Eros.
Al salir, descubro todos los detalles de la plaza donde está el monumento dedicado a Andreas Hofer (1767-1810), el gran héroe nacional. Fue inaugurado por Francisco I, un personaje recurrente en la obra de Joseph Roth. Sus dos águilas alpinas (icono del Tirol) son de tamaño real, las garras son gigantes. Enfrente hay una casa tirolesa inmensa, se alquila para eventos (10.000€ por día).
Eros se pone a jugar con unas bellotas verdes. También están las estatuas del Kaiser Franz Joseph I (Francisco José I de Austria; 1830-1916) y de su hermano, Kaiser Karl I (Carlos I de Austria y IV de Hungría; 1887-1922), el primer prometido de Sissi (1937-1898). Cuando ella llegó a la corte se enamoró de Francisco y rompió con el compromiso. A pesar de este cambio inesperado, Carlos siguió enamorado de ella. Tanto es así que, en el Palacio Imperial creó habitaciones para Sissi vistiéndolas con sus colores favoritos, rosa y verde.
Jóvenes planeando como águilas
A pocos metros, en busca de más emociones, nos llevan al Trampolín de Bergisel, obra de Zaha Hadid (1950-2016). Por la noche, esta silueta iluminada de 50 m de altura parece una cobra. Los perros no son admitidos pero, como no puedo dejar fuera solo a mi compañero de trabajo, pasé con Eros en brazos.
Un equipo polaco está entrenando y también lo hace Tomás, él salta todos los días para exhibir este deporte estrella ante los turistas. Emociona verles volar. Tomás me confesó que a la hora de lanzarse no hay vuelta atrás y que lo más importante es la velocidad. Me asombró que al final de la rampa se viera el cementerio.
Nos despedimos de este valiente. Subimos hasta la cúspide. Desde el mirador y desde el restaurante las vistas panorámicas de 360° me dejaron sin aliento. Con impulso, descendemos a la ciudad en autobús. Queda mucho por ver. En la Maria-Theresien-Strasse conozco a un aventurero que viaja con su perro. Tendrás que esperar hasta próximo jueves para hacerte con todos los detalles de nuestra tarde en Innsbruck.
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