Seducido por las creaciones del chef, el Spa a puerta cerrada, un concierto de música orgánica y un antiguo molino, vivo con Eros una tarde perfecta.
Al frente de la cocina del Molino de Alcuneza está Samuel Moreno. Su propuesta es creativa, entretenida, y el sabor alcanza la cúspide del gusto. En una sobria mesa de mantel blanco, elijo panes artesanales hechos con harinas ecológicas. El Aceite de Oliva Extra Virgen es ecológica y de Picual. Blanca Moreno, directora del hotel y apasionada de la vitivinicultura, me sorprende con un tinto de Finca Río Negro. El vino procede de un pago singular a 1.000 m de altitud junto al Parque Natural de Sierra Norte de Guadalajara. Para comenzar, de la cocina llegan los “Recuerdos de la infancia”. El repertorio es un compendio de sabores que rememoran la etapa escolar de muchos. Estos son presentados de forma original y en miniatura: sándwich de morteruelo, chocolatina de foie y kikos, Oreo de aceitunas con anchoas, Donut de soja y lima con trucha y queso de bola Manchego. A continuación, sopa detox, pulpo ahumado, infusión de piña y tarta de manzana (menú de verano, desde 45 €; hay opciones sin gluten; haz clic aquí para conocerlo en detalle). Todo es exquisito.
Después de un rato de lectura, paso la tarde en el SPA del hotel. El espacio es privado, tiene tres plantas y, a puerta cerrada, se reserva para cada huésped. Es bastante completo. Sumergido en el jacuzzi, contemplo el paisaje. Las melenas de los árboles bailan con el viento. Entro y salgo de la sauna y del baño turco. Paso por las duchas de cromoterapia. Para culminar, con cita previa, la sala de masajes ofrece tratamientos irresistibles. Con el cuerpo relajadísimo regreso al cuarto con Eros. Más tarde tengo un concierto de música orgánica: ¡qué ganas!
El sol se está despidiendo. Junto al riachuelo que atraviesa el Molino de Alcuneza, comienza el concierto de música orgánica. Guillermo, el músico, ha traído varios instrumentos de origen diverso. Los rayos del ocaso se cuelan entre las ramas y hojas. El sonido es envolvente. Hago ejercicios de pranayama. Con ellos se controla el prana, aumentan la vitalidad, calman la mente y eleva la conciencia. Ya casi no los hago, me encantó sentir las ganas de hacerlos.
En la casa, me espera un sonido del pasado. Junto a la bodega, el propietario del hotel pone en marcha el antiguo molino. Es la primera vez que veo y oigo un molino en movimiento. En el pasado, este conjunto de poleas y la piedra molieron toneladas de trigo. Esta herramienta de trabajo se mantiene intacta gracias al cariño que siente Juan Moreno por su tierra. Con él y su familia, este rincón de la memoria historia de la comarca está en muy buenas manos.
Escoltados por el romanticismo de una marea de espigas de trigo, paseamos por el campo. Llevo agua fresca. En el sendero, me encuentro con un ciclista. Viene de Medinaceli, a 24 km de distancia del hotel. Comenta que la carretera es estrecha y llena de encanto. Con entusiasmo, me describe su paso por dos pueblitos y las cuevas naturales de Olmedillas. Al llegar a Medinaceli, recomienda tomarse una cerveza en la parte alta y regresar antes de que anochezca. Gamos y jabalíes pueden dar más de un susto.
Ceno huevo de oca con trufa y patatas fritas, una oca pone unos 40 huevos cada temporada. Té de verbena y me voy a dormir. A mi lado, Eros descansa sobre una cama de almohadas. Mañana es nuestro último día y regresaremos en tren. Nos os perdáis estos últimos detalles el próximo jueves.
Texto: Christian Oliva-Vélez
Fotos: David Suárez
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