Esta tierra hace feliz a la familia Moreno y les agradezco que la compartan con viajeros dog friendly. Su historia es apasionante y, entre manos, tienen un nuevo proyecto que hará las delicias de hocicos y narices.
Dormir bien parece algo corriente pero para mí no lo es. Escribo, reviso el día y planifico nuevos viajes para fomentar #NoAlAbandono. Logro dormirme leyendo y, cuando me desvelo, hago ejercicios de respiración. Amanece en la Ruta de Don Quijote. A pocos pasos del hotel, recorremos un serpenteante camino de tierra. Flores silvestres, cielo azul salpicado por nubes blancas y viento fresco. En Madrid sigue haciendo un calor insoportable y aquí podemos pasear tanto como queramos sin miedo a que Eros sufra un golpe de calor.
Sobre las once, mi desayuno está dispuesto junto a una ventana. Frutas, yogur casero, mermeladas y bollería artesanal hacen que pierda la noción del tiempo. Después de este ritual, preparo el equipaje y damos un largo paseo por nuestro sendero favorito. El perfume del espliego, romero y tomillo nos llevan hasta un bosque de robles con un manantial. Eros bebe agua de la fuente. Como cuando era niño, soplo varios dientes de león y pido por que se acabe el abandono de los perros.
Junto a la chimenea, tomé un gazpacho de cerezas, un brioche de pollo y helados caseros. Aquí no se oyen coches ni aviones, parece que estoy viviendo en la biografía del silencio. Sentado en el sofá, un té de verbena con miel de Alcarria me acompaña en la lectura de mi libro. Las vías del tren están cerca, acaba de pasar uno y en la portada del libro de Mónica Rodríguez hay una ilustración de una locomotora. Eso me recuerda que mañana regresamos a Madrid. Dejo de escribir y de leer. Voy a desconectar. Abrazo un árbol y me tumbo al sol protegido con mi SPF30 de Biotherm.
Me siento con Juan Moreno, el propietario, que se casó con Toñi a los 28 años y, hasta hace pocos años, regentaban tan solo una tienda de ropa en Sigüenza. No me quiero ir sin conocer la historia de la casa. Nos sentamos a tomar un vaso de agua. El día de los Santos Inocentes (28 de diciembre) un amigo le propuso a Juan subir a Alcuneza para enseñarle un molino. Ese mismo día decidió comprarlo con sus pequeños ahorros, fue amor a primera vista, y en febrero ya era suyo. Al principio planeó hacer aquí su segunda vivienda. Su padre le decía que él era un fenicio, los fenicios hacían tratos. Él hizo el suyo con un constructor interesado en una parcela edificable que tenían en la ciudad y esto fue lo que le costó construir el hotel. Toñi y sus hijos lo acompañaron. A Moreno le gusta trabajar la tierra y, aunque le duelan los riñones, aprecia mucho el sabor de sus frutos.
Como primicia, me avanza que tiene entre manos un proyecto que lo está haciendo con mucho cariño. Pronto ofrecerán a los clientes la posibilidad de cazar trufas con perros. Ahora tiene a Col, una Pointer inglés divina, y además está Río. Gracias a este apasionado de la naturaleza, en unos cinco años, sus nietos y huéspedes podrán disfrutar de una experiencia que no está al alcance de todos. La idea es muy acertada. Mientras tanto, con su hija Blanca, pasamos el río Henares y llegamos a la estación de Renfe en Sigüenza. Nos despedimos con un hasta pronto. En el vagón, compro mi billete en efectivo (13,60 €) y el de Eros (3,40 €). En 1 h y 40 min llegamos a la vieja estación de Chamartín. El termómetro marca 39 grados. Nunca miro hacia atrás pero, sin lugar a dudas, ahora preferiría estar disfrutando del paraíso creado por los Moreno.
Texto: Christian Oliva-Vélez
Fotos: David Suárez
0 comentarios