Disfrutando con el 500X de una vida saludable junto al Mediterráneo.
El sol baña nuestra gran terraza. El mar está en calma. Salimos a correr por la arena de la Plata de la Punta, la playa del hotel. Estamos solos: ¡qué maravilla! Aquí la Asociación Xaloc trasladó, en tres ocasiones, huevos de tortugas marinas. Por ser una zona de reserva, con pocas molestias y sin limpieza mecánica de la playa, el equipo de voluntarios pudo cuidar del nido hasta el nacimiento de las pequeñas tortugas. El Saler, en el marco de su compromiso medioambiental, colaboró con estos campamentos aportando sus infraestructuras y apoyando a los voluntarios en todas sus necesidades. También se puede colaborar entrando en Teaming aportando 1€ al mes en un seguimiento de tortugas marinas en el Mediterráneo.
Asimismo, me resultó muy interesante y didáctico saber que el Parador ofrece información detallada del Parque. Por ejemplo, en el litoral cercano a él, hay ballenas y delfines. Son difíciles de ver pero por estas aguas transitan el rorcual común, es el segundo animal más grande del planeta, y el cachalote (la “ballena” de Moby Dick) o el delfín común, el más escaso de todos y en peligro de extinción.
De los Paradores, aprecio muchas cosas, su cocina es una de ellas. El repertorio del desayuno lo componen panes y bollería casera, frutas, quesos y embutidos valencianos, horchata y fartons entre otras tantas opciones. Acostumbro solo a comer productos locales, así me siento más cerca de la tierra donde estoy.
Hablando del entorno, con el 500X nos fuimos a recorrer el Parque de la Albufera. En El Palmar, después del típico paseo en barca (40 minutos, 20€), que me recordó un poco al Tigre en el Río de la Plata, nos fuimos a comer. Elegí el restaurante Mornell (96 162 03 36), sirven platos de cocina tradicional valenciana. Nos sentamos en la terraza y al sol, es otoño y llevo una camisa. De aperitivo, ajo aceite casero, tomate y pan (3,40€). Volví a elegir una paella (22€).
El dolor es el agua que riega los jardines de la poesía y hace crecer sus árboles más lozanos. Vicente Blasco Ibañez.
En el Parador, jugué al golf. Como no me atrae demasiado, di unos golpes y me fui con Eros a jugar en la playa hasta el atardecer. Lo dejo en la habitación. Me voy otra vez a nadar al Spa y a disfrutar de mi sesión de masajes. Así escrito, parece que soy aún más inquieto.
Es la hora de cenar. En el restaurante me tiento con: croquetas, pulpitos encebollados al estilo del Palmar (15,50€), Esgarraet de pimientos rojos asados y bacalao (14€), dorada salvaje a la sal (21€), pato salvaje de la Albufera asado a la naranja (18,50€), el postre de naranjas en texturas y probé el cremat de horchata con helado de turrón y sopa de chocolate blanco (menú a partir de 34€). Así contado, creo que como mucho y, es verdad, pero por lo delgado que soy no lo parece.
Dormimos. Nos levantamos juntos. Mi ritual del desayuno fue tan largo como pude, dos horas más o menos. Me despedí de la horchata de Alboraya, lugar donde se originó la horchata, con un fartons. Aquí Valencia se toma en verano a 1°– 2° (no entiendo esto de 1º-2º).
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Con Eros nos fuimos a la playa. El sube y baja por las dunas mejor que cualquier todo terreno. Se parece a mí, no se agota. Seguimos la ruta por el bosque de pinos, más bien parece una selva de lo tupido que está. Seguro que habrá flebotomo, transmisor de la leishmaniosis, una enfermedad muy peligrosa. El mosquitero común aquí se debe dar unos buenos banquetes de mosquitos. De todas formas, estoy tranquilo, Eros está bien protegido con su collar SERESTO y la pipeta de Advantix. Él quiso perseguir a una musaraña gris. Cantan un jilguero. Nos hicimos amigos de unos ciclistas.
Llegó la hora de irnos. Salimos por El Palmar. Activé el Cruise control (control de velocidad) a 120km y puse rumbo a Madrid. Este coche va como una seda, me he enamorado de este nuevo compañero de viaje.
Texto: Christian Oliva-Vélez
Fotos: David Suárez
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