Tras un primer e intenso día (leer aquí), Eros y yo estamos inmersos en la finca payesa de un hotel rural.
Por un sendero idílico de San Joan de Binissaida, vamos abriendo vallas de madera hasta el Camí de Cavalls. A la izquierda nos lleva a la cala San Estevan y a la derecha tenemos la Torre d´en Penyat. Nos cruzamos con un labrador y su amigo humano. Vimos el mar, el afeitado apurado de las olas y su espuma golpeando contra las rocas. Eros fue detrás de un conejo. Empezó a hacer calor y, en el sendero de piedra seca, a la altura de Eros, no corría aire. Volvemos a la finca. De todos modos, le fui dando agua y mojándolo hasta llegar a los dominios de San Joan de Binissaida. Me siento bajo la sombra de unos pinos. Eros juega con palos y piñas que va encontrando por el camino. La brisa mediterránea no me deja marchar. Cierro los ojos: ¡qué maravilla!
Menorca te quiere, este es el sentimiento que percibo cada vez que la visito. Con Air Nostrum es tan fácil hacerlo que se hace aún más irresistible. Me fascina el campo payés y, más aún, con las comodidades de este hotel rural. Acaba de llegar de Mallorca un paquete para mí.
Ahora, protegidos del viento por unos antiguos pinos, mientras me llegan los boquerones empanados (7,50€), abro la caja que he recibido. Me quedo fascinado con lo que veo. Me quito mis alpargatas Paez y hago un cambio por las Pla. Estoy como un niño con zapatos nuevos, son los primeros Pla que tengo y nunca antes había utilizado yute. La horma es anatómica. El contacto es muy agradable y son cómodos. Están hechos a mano, una primera fase en Bangladesh y la otra en Mallorca. Son diseños de Irene Peukes, una amante de la India y de los perros. Gracias a estos fine artisan shoes me siento más próximo a lo natural.
Entre plato y plato, juego con Eros tirándole su Kong. Hay un niño de seis años que llora cada vez que Eros se le acerca. Sus padres insisten en que no me preocupe en absoluto y animan a su criatura a hacerse amigo. No lo consiguen, el pequeño hace una representación dramática en la mesa y, por no oírlo, ato a Eros con la correa. La función no tuvo éxito, nos quedamos solos. Eros se entretiene jugando con el Kong debajo de unas rosas chinas. Lo disfruta tanto como si fuera un helado en un día caluroso. Llegó mi principal, un arroz con calamares y gambas de Menorca (12,50€). De la emoción, se me cayó mi cámara réflex dentro del plato. El manjar amortiguó el golpe. ¡Está tan rico! En otros lugares conocidos de Menorca, por arroces como este, cobran precios desorbitados. De postre, pido un original culant de almendras con helado de chocolate (10€).
La siesta no se resiste. Como las habitaciones tienen nombre de compositores de música clásica, con la acústica de la piedra seca, aprovecho y pongo a Mozart. En esta casa del siglo XVIII, una época en la que los afanes expansionistas de las grandes potencias europeas fijaron los ojos en la isla, sentarse a escribir es otra tentación. Me levanto de la cama y me siento a redactar esta segunda crónica de nuestro viaje a Menorca.
Eros juega sobre la cama que le ha puesto el hotel. Nuestra habitación tiene el perfume de los higos que recogí por la mañana. La luz entra por un gran ventanal. Me duermo.
La tramontana sigue agitando la palmera y las melenas de las encinas. Ya son las cinco de la tarde, he pedido un quiromasaje (60€/ 1h). Mi quiropráctico me espera en medio del campo, debajo de la sombra de unos pinos que me encantan. A Eros lo dejo con Saida, no veo que la relación vaya ir a mejor. Él no le hace mucho caso.
Intento ser lo más amable posible conmigo y con la naturaleza. Hospedarme en hoteles que cuidan la elección de sus amenities es algo que me fascina. Me ducho con BeeKind de Gilchrist & Soame, una firma ecológica. El aroma de su gel, miel y lemongrass, es delicioso y sus cualidades me hacen sentirme muy bien: ¡qué gran descubrimiento!
Ahora, María Joan Pires al piano toca un Andante amoroso de Mozart. Desde mi habitación, la vista al campo es bucólica. Mientras me cambio, aún me resulta extraordinario ver cÓmo Menorca ha conseguido combinar el progreso con la conservación del medio ambiente: la naturaleza mantiene su protagonismo. En la tierra, la autoría de los colores es obra de los laureles, de la rosa china y el blanco lo ponen las casas. En el mar, hay toneladas de un turquesa incomparable. La explotación urbanística se ve poco en la isla. Con todo ello, no es de extrañar que, la preservación de Menorca ha sido distinguida por la UNESCO como Reserva de la Biosfera.
Me siento sobre un muro de piedra seca. Entre todos, forman un zigzag y con la cálida luz del atardecer parecen ponerse en movimiento. Por lo pronto, Eros, después de comerse algún que otro excremento de oveja, está siendo acosado por Saida. Va a ser verdad que el amor es ciego. El sol se está poniendo detrás de la piscina. Lejos de las aglomeraciones de turistas, aquí, encuentro la calma y la naturaleza en estado puro. Aún no me he ido y ya deseo volver.
Esta noche, vestido para cenar, me acerco a la casa principal donde un músico está tocando “Moon River”. No he reservado y está todo lleno, en un minuto me preparan una mesa en la galería. Dejo que el equipo de cocina me sorprenda con platos que no he probado. En las gambas de Menorca y en el rape, por su sabor, es notable el respeto que tienen por los alimentos. Apenas alterados, los mariscos y sus pescados frescos de la isla y las verduras del huerto biológico propio me lo sirven con un Vinya Sa Cudia (30€). El vino es un malvasía, blanco seco, de color dorado. Su aroma es delicado, detecto peras y flores. Es sabroso, salino y mineral. Este caldo es de la finca que lleva el nombre de la etiqueta y que está en pleno Parque Natural de s’ Albufera d’ es Grau.
En estado de placer absoluto y en un entorno que me hace reflexionar, paseo como si flotara con Eros. Pienso que la Menorca auténtica asegura experiencias que no se olvidan. De hecho, cuando mi familia tuvo su finca aquí, recuerdo siempre sus noches con cariño. Después de cenar nos reuníamos todos en la terraza, cada uno con su tumbona, y conversábamos animadamente contemplando las estrellas. Ahora levanto la vista hacia el cielo y: ¡una estrella fugaz! Quizás, me la han mandado mis abuelos de regalo. En cualquier caso, siento una energía maravillosa. Sobre la hierba, Eros no paró de correr de felicidad. Caminar descalzo sobre ella es algo que hay que hacer antes de morirse. Imagino que sus almohadillas sentirán el mismo placer que mis pies.
Me recuesto en la hierba, es la cama más cómoda que he probado. Me baño con la luz blanca de la luna. Esto es perfecto para mí y veo que también lo es para Eros. Qué bien que aún nos quedan ocho días en Menorca. Si me quedo un rato más me quedaré dormido aquí y a las 7 am me despertará el agua del riego.Continuará.
Texto y fotos: Christian Oliva-Vélez
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