Paseo refrescante, vistas espectaculares, buena mesa y atmósfera bohemia. Lisboa erotiza, se vive con calma. Síguenos la pista.
Las vistas me importan y mucho, no me siento en cualquier mesa y busco hasta encontrar la mejor. Para ello, emprendimos la búsqueda desde el Rossio hasta Chiado.
El sol estaba alto. Adoquines blancos y negros forman olas. El agua corre por las fuentes. A Eros no le falta agua ni sombre, incluso, por momentos lo llevo en brazos. Este es el escenario de la Plaza del Rossio, lugar de encuentro de los lisboetas. Las figuras de bronce mojadas y el agua daban ganas de bañarse. Las sillas del histórico Café Nicola miran a la plaza, suelen verse extranjeros.
Mesa en el Barrio Alto
En ese momento, sin ganas de oler a sardinas, subimos un largo tramo de escalera, que van del Rossio al Barrio Alto; a Eros lo llevo en brazos. En lo alto, corría una brisa constante, las vistas sobre Lisboa y el Castillo de San Jorge eran irresistibles. Pedí una mesa, el restaurante lleva el nombre de mi ciudad de nacimiento. Esa melancolía del fado también está presente en el tango. Con ambas capitales en mi corazón, abrí la carta del Café Buenos Aires. Con una mesa regada de Pedras, disfruté de su cocina de proximidad. Me encantó la mantequilla casera, el bacalao con patatas y los guisantes rebosados. Lo inesperado fue culminar esta comida con un helado casero de dulce de leche, riquísimo (25 €; + 21 342 07 39; Calçada do Duque 31B).
Este estado de felicidad plena, me dieron ganas de estar enamorado. Baja una chica con una cazadora rockera y sube el tranvía número 24. Necesito una buena dosis de endorfinas. En el próximo post, revelaré uno de los secretos mejor guardados de Lisboa para sentir el sabor del chocolate derritiéndose en la boca.
Sus tranvías iluminan como un fósforo la oscuridad del alma. Fernando Pessoa
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