Desde mi cama en París, contemplé las buhardillas de estilo haussmaniano. Antes de regresar a Madrid, disfrutamos hasta el último minuto de una de las ciudades más bonitas del mundo.
Eros seguía durmiendo debajo de una nube en París cuando yo me desperté con la aurora. Sea o no escritor, me hubiera sentado para recordar, con las teclas de mi Mac, cada detalle de aquel amanecer sobre el escritorio de Hermès de la junior suite. Como dice mi madre, Paris c’ est Paris. Después de un breve paseo, desayuné en el espacio abovedado de piedra del hotel Le Pradey, Eros me acompañó a mis pies (SA desde 149 €).
Jardines del Louvre, un lujo para todos (incluidos los peludos)
Sin demora, salimos a encontrarnos con París. Las primeras horas del día son las mejores —los demás turistas, que no se hospedan en el centro, aún no han llegado—. Residentes y trabajadores perfumaban el elegante distrito 1. Jugamos, sin correa, por los Jardines del Louvre. Un tigre mató a un cocodrilo. Les daban la espalda las históricas sillas verdes del Jardín de las Tullerías, aún estaban frías.
Palais-Royal, un sitio que emociona
Como si fuera la primera vez, y como un niño, accedemos al Palais-Royal. El bosque de columnas de rayas grises y negras, los soberbios soportales, las flores y las lujosas residencias invitan a repasar su historia; Molière en el teatro de la Comédie Française, el Cardenal Richelieu, los Duques de Orléans, las Galeries de Bois, el libertinaje que retrata Balzac en “Les Illusions Perdues”, el Café de Foy y los revolucionarios del siglo XVIII. Este lugar me emociona. Junto a la fuente, han puesto nuevas sillas en versión dúo.
Una gran sonrisa es un bello rostro de gigante. Charles Baudelaire
El recorrido más chic de París
Al salir del palacio, un curioso Lebrel Afgano se fijó en Eros desde la librería Delamain (155 Rue Saint Honoré). A partir de finales del siglo XIX, la hegemonía del lujo para perros la firma Goyard (goyard.com). En el 233 de la misma calle, me enseñan la “Voltigeur Bag”, su nueva creación; este transportín de alto vuelo, con el monograma de la casa, es para perros de hasta 6 kg.
Oh la la! Ahora tengo enfrente la Ópera Garnier. En la terraza del Café de la Paix, una institución parisina, tomo un té y pido Evian para Eros; en el salón donde acudía Marlene Dietrich, los perros no están permitidos. Atrás dejamos el Segundo Imperio. El Boulevard des Capucines es una tentación constante, me dejo caer en la boutique de Montblanc. En la Rue Saint Honoré, nos sentamos en el salón color Moulin Rouge del Hotel Costes —para no incomodar a los presentes, David no disparó—.
Como canta Mistinguett, C’ est Paris (Esto es París). Con este himno parisino, preparé el equipaje y dejamos el hotel. Sobre la rue Rivoli, cogimos el metro hasta Chatelet Le Halle con la tarjeta “Paris Visite”; en 45 minutos llegamos al aeropuerto de París-Charles de Gaulle.
Despegamos. Suspiré como un acordeón. Las azafatas se quedaron enamoradas de Eros —suele ocurrir—. Más tarde, cerré la puerta de casa. París, qué le has hecho a mi corazón. Estaba triste, necesitaba más, un poco de esa lluvia y el arco iris que menciona Edith Piaf. Alimenté mis recuerdos con ‘Midnight in Paris’, la película de Woody Allen.
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