Una noche con las estrellas. Degustar la cocina de proximidad. Pasear por el campo y tomar contacto con mi mente, cuerpo y espíritu hacen de este día una experiencia renovadora.
Contemplo las estrellas. La piscina está iluminada. Veo a Eros entretenido capturando olores en el jardín. Toñi, la madre de la directora, riega con amor. La atmósfera es idílica. Me tiro al agua y nado. Bañarse en una piscina por la noche es un placer. Duermo mejor que las tres ocas del hotel, antes había cuatro pero una de las hembras fue devorada por una zorra. Me despierto a la hora que canta el gallo. Abro las tres ventanas. Salgo al balcón, la estampa es poética. Juan, el propietario del hotel, está trabajando en la huerta. Huele a tierra mojada.
Sin necesidad de hazañas, damos un paseo junto a un campo de cebada. El paisaje de la dehesa es ondulante y está cultivado, quedan pocas encinas y se concentran sobre las colinas. Los jabalíes, gamos y zorros deben estar por allí resguardados debajo de una encina o durmiendo en sus madrigueras. Miro al cielo, Eros es pequeño y un ave rapaz puede tener hambre y lanzarse sobre él. Este es un temor que siempre tengo cuando estamos en el campo o en la montaña. Aunque no creo que sirviera de mucho, llevo el móvil en la mano para lanzarlo y los mosquetones de la correa unidos, que utilizaré cómo boleadoras si alguna se atreve a invadir nuestro espacio aéreo. No bajo la guardia, miro hacia arriba.
Después de desayunar en la cama, con la serenidad del Doncel, leo a la sombra “La Partitura”. Este es el nuevo título de Mónica Rodríguez, ganadora del Premio Alandar 2016, y una buena amiga mía. Eros juega por el jardín. Al cabo de un rato, tengo una clase de yoga con Belén Andreu, la profesora y masajista del hotel. Hice una postura del guerrero que desconocía, me gustó mucho. Existen muchas asanas, la del árbol es una de mis preferidas. El viento da lugar a una orquesta de miles de hojas en movimiento, su música es maravillosa, perfecta para tomar conciencia. A continuación, recibo una sesión de masajes combinados con reiki y cuencos tibetanos que me dejan muy relajado.
Es la hora del aperitivo. A la sombra, una Arriaca, cerveza artesanal de Guadalajara, bien fría y acompañada de anchoas del Cantábrico, queso de la región y tomates de la huerta. Conversando con Samuel Moreno, el chef, llegan unos señores que le traen trufas blancas. Son grandes, su aroma es inconfundible. Uno de ellos, José María, me cuenta que se dedica a este oficio desde los 14 años. Las han recogido en un campo de Soria con la ayuda inestimable de más de una docena de perros, entre Labradores y Setters. El chef me dice que podré probar su sabor en unos minutos.
Hago oler a Eros una trufa. Antes de darle un bocado, se la quito rápidamente. Risas. Lo llevo a la habitación. Le doy unos premios, tiene el balcón abierto y entra el sol, seguro que dormirá una siesta. Bajo al restaurante. En el próximo post compartiré sabores memorables y mi tarde en el SPA más exclusivo de Castilla-La Mancha.
Sólo con leer el artículo he tenido la sensación de estar allí. Encantador!
Me alegra: ¡gracias!