Oslo es verde, verde como, la albahaca, como el parque Frogner. Lo recorrimos con mi perro y celebraremos la vida en el restaurante con más encanto de la ciudad.
Volvimos, de nuestra aventura en kayak por el fiordo de Oslo, al hotel para una ducha rápida; he organizado un cena en un sitio estupendo. Antes de entrar a The Thief, Eros se enamoró de una teckel de pelo largo. Diez minutos después, ya vestido —como la luz me confunde—; tomé una cerveza en un food truck de Aker Brydgge, donde yo también hice nuevos amigos. Y continuamos con nuestra ruta. No me gustaría llegar tarde. Aceleramos el paso.
Frogner, el mayor parque de Oslo, tiene 32 hectáreas para disfrutar. Eros está dejando su impronta —no tendrá suficiente tinta para escribir sus mensajes en todos los árboles—. Más allá, entre hayas, robles, pinos y abedules hay una villa grande de madera del siglo XVIII; se llama Frogner Manor y es el actual Museo de la Ciudad de Oslo. Detrás de la casa está el restaurante Herregårdskroen. Nos recibe Peder Anker, el propietario; él tiene también la concesión del área de restauración de la villa; la alquila para celebrar grandes eventos. Nos sentamos en la mejor mesa de su terraza, blanca y llena de vida; también se puede comer dentro con el perro. Descorchan un cava.
Desde mi mesa: ¡la vista es espectacular! Del cielo desciende una lengua gigante naranja. Nunca antes había visto cielos tan bonitos como los de Oslo. En el estanque hay un hombre pescando en compañía de su perro y pasan algunos deportistas también con los suyos. No miro la carta, está en noruego. Le pido a Raimondas (nuestro camarero lituano) que el chef me sorprenda. Y tanto qué lo hizo, a Eros le sirvieron un plato de pollo de corral con panceta y pastel de ternera muy bien presentado (4 €). Me encantó la tostada con gambas del Océano Ártico (19 €), es un clásico de la casa, el pollo ecológico con verduras de estación (25 €) y, de los postres que probé, me quedo con el de manzanas caramelizadas (11 €).
Después de cenar, damos un paseo con Peder Anker y Max, su perro, por los jardines del museo; una propiedad protegida. Anker estuvo en la marina, fue chef y luego creó un amplio negocio gastronómico en Oslo, lo vendió todo y se embarcó en este proyecto. Rosales centenarios recorren todo el perímetro del jardín; huelo su perfume, son carnosas —me apetecen como petit fours—. Hablando de Max y de su estilo de vida, le pregunto acerca de los fuegos artificiales, hace 10 años están prohibidos en Noruega.
Dejamos este paraíso y regresamos a Aker Bridgge, llegamos andando en 35 minutos. Elegí un bar con buen ambiente y terraza; en los bares, hay que acercarse a la barra para pedir (propina, 7-9%), se levantan los hombres y las mujeres y los camareros solo recogen. Después de recorrer, en un día, nuevos rincones de Oslo, el Museo del Pueblo, de la travesía en kayak por el Fiordo, del banquete en Herregårdskroen y de este último brindis con David (nuestro fotógrafo), es hora de volver a The Thief; el mejor hotel moderno de la ciudad.
Me vuelvo a duchar, hidrato mi cuerpo con Carita París (amenitie del hotel). Guardo, en la maleta, la ropa de las experiencias inolvidables vividas en Oslo y el zorro de Eros. Mañana es nuestro último día y nos despedirán con una fiesta en la mejor tienda para perros de Noruega; entre otros invitados especiales, acudirá el perro más famoso de Noruega. Doy las buenas noches a Eros —gracias por este día tan lindo, te quiero mucho; con estas palabras y dándole un beso, ruidoso, me despido de él todas las noches—. Me deslizo entre sábanas blancas y almidonadas de la firma noruega Høie; la cama king size, fabulosa, es de Hilding Anders (Suecia). El cielo sigue azul, hipnótico. Eros está dormido y parece sonreír. Qué viaje tan maravilloso estamos viviendo juntos.
0 comentarios