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Innsbruck es un destino con el que sueño desde que vi ‘Sissi’, mi perro y yo lo hacemos realidad con la ayuda de Austria. Compartimos contigo nuestras experiencias, todas muy originales e inolvidables.
Una bola de cristal de Innsbruck. Con mis pequeñas manos, la sacudo. Cae la nieve sobre un pueblo de colores. Siendo un niño y, más tarde, al ver la película ‘Sissi’, así di vida a mi deseo de conocer la capital de los Alpes. Se hizo esperar y es la mismísima Austria quien me invita con Eros.
Iniciamos esta nueva aventura llegando a Barajas con tres horas de antelación. Precintamos el equipaje (10€/maleta). Pasamos por el mostrador, facturamos. Pesaron a Eros en su transportín, en total deben sumar 8 kg. Acto seguido, la azafata de tierra me dio un papel para pagar el billete de Eros, lo aboné enseguida en la oficina (50€/trayecto).
Pasamos la zona de control, son tan amables, siempre me ayudan con Eros y mis cosas. Él debe pasar en mis brazos y sin arnés ni correa. Vivir en un país donde el orden de la ley sea civilizado y educado parece hasta normal pero, cuando viajas mucho, te das cuenta que es un privilegio. Me siento afortunado de ser también español.
Despegamos a las 07:15 rumbo a Múnich. Al aterrizar, nos esperaba un transfer. Antes de emprender el viaje por carretera hasta Innsbruck, le di un paseo a Eros por las inmediaciones del parking del aeropuerto. Nos aproximamos a los Alpes. Castillos, verde y picos nevados. Qué emoción. Tengo mucha curiosidad, nos espera la Capital de los Alpes, mi sueño. Estoy que no me lo creo. Entramos. En el coche, con mirada infantil, vuelvo la vista hacia ambos lados. No quiero perderme ningún detalle.
A las 12:30 estábamos haciendo el check-in en el Hotel Innsbruck (H a partir de 65€). La habitación es sencilla, estamos en el cuarto piso. Abro las ventanas. Las vistas al río, a las casas de colores y a los Alpes es bellísima, esta será nuestra residencia austriaca por cuatro días. Aunque no nieve, miro hacia arriba. Doy las gracias a ese niño que soñó y a Austria por ser siempre tan magnífica anfitriona conmigo y con Eros.
El hotel está muy bien ubicado, todo lo tenemos a mano. De aperitivo, comimos una pizza en Mamma Mía (Kiebachgasse, 2; 35€). Como soy un hombre de gustos sencillos, eso dice Oscar Wilde, aprovecho que estoy aquí y compro chocolate en Tiroler Edle, todo es una delicia (Seilergasse 13). Lo crean Therese Fiegl y el chocolatier Hansjörg Haag. Utilizan leche del tirol de vacas tiroler grauvieh, raza tirolesa gris que habita en los Alpes desde hace más de 3.000 años. El chocolate lo provee Domori, chocolatero de Turín, que se lo traen de la “Hacienda San José” en Venezuela y de Felchlin (Suiza), que viene de Ghana. La casa ha lanzado su línea de jabones, Tiroler Reine. Venden finos licores (Feinste) realizados con frutas locales, tés y prendas. Por lo pronto, esta vez, pruebo el chocolate de nueces. Podría pasarme el día aquí comiendo chocolates.
Hasta las nubes abordo de una obra de Zaha Hadid
Caminando junto al río Inn, llegamos a la estación de tren diseñada por Zaha Hadid, qué simula un glaciar. Con la Innsbruck Card, subimos a un tren por cable y luego al funicular Hungerburgbahn (horario, 08:30-17:30; 24hs-39€, 48hs-48€, 72hs-55€). Este último, se coge en la plaza Hermann Buhl (el montañero más querido y famoso de Austria). Nos bajamos a 1.905 m de altitud, la próxima parada es a 2.256 m. Qué increíble estar aquí.
Nos detuvimos a contemplar el paisaje. El único restaurante que hay ofrece cocina tradicional a muy buen precio, es autoservicio (platos a partir de 4.50€; 20€ por persona). En la montaña Nordkette se puede comer dentro o en la terraza con vistas espectaculares. Nos sentamos en la terraza mirando a Innsbruck. Tengo una cerveza helada, panes austriacos, platos típicos y una panorámica que alimentaría a un oso. Voy a disfrutar del presente. Continuaré el próximo jueves, haremos trekking y te daré a conocer el mejor restaurante de Innsbruck.
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