S’Espigó representa lo mejor de la cocina tradicional de Menorca. Toma nota y reserva.
Paseando por Mahón, mi helado de moras, que compré en La Casa des Gelato, se esfumó entre besos. En verano, por la humedad y calor, a las ciudades y pueblos de Menorca solo se puede ir después del atardecer. Los golpes de calor me dan pánico y Eros no me acompaña cuando su salud puede correr riesgos. Hay que mirar el pronóstico del tiempo porque, cuando hace malo en el sur, en el norte puede estar brillando el sol. Eso nos pasó un día que amaneció nublado en la costa de Santo Tomás, llegamos a Ciudadella y, hacia tanto calor que, dimos media vuelta sin bajarnos del coche.
A salvo y paseando por Moll de Llevant, llegamos hasta S’Espigó, el mejor restaurante de cocina tradicional. Sin reserva es imposible sentarse pero, para mi, no hay imposibles; nos dieron una mesa estupenda de una reserva que ya había expirado. Caté el verdejo de José Pariente, fresco y elegante. Descubrimos Magma de Cabreiroá, el agua de aguja que nunca ha visto la luz. En Menorca hay que aprovechar y pedir los mejillones de roca, nosotros los comimos al vapor. Después de una buena dosis de hierro, llegaron las habitas con gambas rojas de la isla y los calamares rellenos. Todo riquísimo. Eros estuvo sentado en una silla sobre un pareo. Después del café, paseamos por el puerto mirando los barcos y soñando de la mano.
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