Siete colinas tiene Lisboa y el castillo de San Jorge está en Castelo, la más elevada. Subimos hasta el Monumento Nacional. El plan es incomparable.
Hoy visitaremos el castillo de San Jorge. Arte urbano callejero, los tuk-tuk y, a mi izquierda, contemplo al milagroso San Antonio: ¡me emociona! Crecí con una talla barroca del santo, mi madre lo nombra a diario y conservo una de sus reliquias. Cruzamos detrás de un tranvía. Entramos en la iglesia del santo más popular de Portugal.
Llegamos al Castillo San Jorge. Nos reciben muy bien. Este Monumento Nacional, de inestimable valor histórico, cuenta con 2 millones de visitantes al año; los españoles están entre los tres primeros. En la antigua ciudadela, Eros parece estar en pleno vuelo. Desde el mirador y sus once torres, me enamoro más de Lisboa. Pasaría horas contemplándola.
Me quedo con la vista desde la Torre del Palacio; arboleda, la iglesia de São Vicente de Fora y el Tajo. Allí abajo, cruzados alemanes y flamencos ayudaron a Afonso Henriques a conquistar Lisboa. En el templo de San Vicente, patrón de la ciudad, descansan los Braganza (última dinastía real portuguesa). En el jardín del Yacimiento Arqueológico, abrazo un pino. Abro los ojos, unas gaviotas sobrevuelan la iglesia de Santa Cruz do Castelo. Eros quiere ir detrás de un gato, y lo corrijo. Un guardia nos abre una reja antigua. Qué visita mística.
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