En la trasera del Palacio Real de Oslo descubrí un jardín de cuento donde Eros disfrutó en libertad.
En la colina Bellevue, me enamoré del Palacio Real de Oslo. Después de unas escaleras, me asombró la austeridad de la Slottsplassen, plaza de la residencia urbana de la familia real noruega. Durante unos minutos, contemplé la solemne calle Karl Johans. Pasando la estatua ecuestre del rey Carlos XIV Juan de Suecia, la de Maud de Gales (abuela del rey) y a un Guardia de Su Alteza Real, accedimos por la izquierda a los jardines del palacio, donde los perros pueden ir sueltos.
El parque parece sacado de un cuento de hadas. Patos y su polluelos se deslizan por el agua. Apetece abrazar alguno de sus magníficos árboles. No se ven cacas ni basura en el suelo. Hay obras de arte ideadas por niñas, como son el zorro naranja geométrico y un conejo en apuros. La gente visita estos jardines para leer, tomar el sol y para pasarlo bien con sus perros. En la residencia, estaban Harald V y Sonia de Noruega. Los monarcas tienen 82 años y viven una gran historia de amor, él estuvo dispuesto a renunciar al trono por ella. La reina fue la primera plebeya en formar parte de una corona europea.

Madre e hija se entretienen, una con la naturaleza y la otra con un libro.
En el parque Princesa Ingrid Alexandra —dentro de los jardines de palacio—, Eros se fotografió con su nuevo amigo, el zorro naranja. De regreso a la plaza, a las 13:30 presenciamos el cambio de guardia (dura 45 min). Un rato después, comimos en el barrio de St. Hanshaugen, en un bar de vinos y de reparación de bicicletas. La tarde culminó en los parques Frogner y Vigeland. Nos llevamos un buen susto, estábamos junto al niño enfadado más famoso del mundo y ni se inmutó. Haz clic aquí y descubre esta experiencia.
Texto: Christian Oliva-Vélez
Fotos: David Suárez
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